Por: Alfredo Vega.
El fantasma de los aranceles vuelve a recorrer el mundo. La última tanda de medidas impuestas por Donald Trump en 2025 no es solo un terremoto comercial; es también un llamado de atención para las empresas que aún dependen de cadenas globales frágiles. Pero en medio de este vendaval, hay un espacio que destaca por su potencial: México, y particularmente su frontera norte, podría perfilarse como un refugio inesperado para la industria que huye de los aranceles.
Mientras Washington y Beijing se enredan en una guerra comercial sin fin, las ciudades mexicanas fronterizas con Estados Unidos —Mexicali, Tijuana, Ciudad Juárez— y otras con cierta cercanía, como Monterrey, mantienen la ventaja competitiva de fabricar en México, lo que permite sortear los aranceles impuestos a países con gravámenes más altos, a excepción del sector automotriz, con costos competitivos. Ya no se trata solo de maquilas tradicionales, sino de plantas completas de electrónicos e incluso de semiconductores.
Este no es el México de los tratados de libre comercio de los noventa. Ahora, el discurso del “nearshoring” (producir cerca del consumidor final) se combina con una narrativa de resiliencia. Las empresas no solo vienen por los bajos salarios; llegan porque necesitan estabilidad en medio de la guerra arancelaria. Y eso está cambiando la forma en que México puede venderse al mundo.
Algunos ejemplos de marcas globales, como GoPro, ya han convertido este giro en parte de su estrategia de marketing: “Más cerca de Texas, lejos de los aranceles”, proclama un anuncio reciente. Samsung ya fabrica el 40% de sus teléfonos en Vietnam, e Ikea está probando materiales de proveedores turcos y polacos para evitar aranceles a la madera china.
Otras, como Bimbo y Grupo Lala, aprovechan para reforzar su imagen de empresas locales con alcance mundial. Patagonia relanzó su campaña “Hecho en América”, capitalizando el sentimiento proteccionista. Startups de logística como FlexChain están creciendo al ayudar a pymes a reubicar proveedores en países no afectados (por ejemplo, Vietnam, Marruecos o Colombia). “Local” ya no es solo un eslogan, es una estrategia de supervivencia.
Ante este ring global, siguen pendientes tareas vitales por atender en México, como la capacidad en infraestructura —carreteras, puertos y sistemas eléctricos—. En Nuevo León, como en otras entidades, los cortes de energía son cada vez más frecuentes debido a la alta demanda de las fábricas. Y aunque el gobierno ha prometido inversión en infraestructura, los proyectos avanzan a paso lento.
Además, persiste un problema de imagen. A pesar de que México se posiciona como alternativa a China, muchas empresas aún dudan por temas de seguridad y corrupción. El reto no es solo atraer inversión, sino convencer al mundo de que el país puede ser más que un taller barato: un socio confiable en la era de la incertidumbre comercial.
Si algo deja claro la nueva ola arancelaria de Trump es que el mundo ya no volverá a la hiperglobalización de antes. Las cadenas de suministro se acortan, y México —con su ubicación privilegiada, mano de obra calificada y tratados comerciales— está en el lugar correcto en el momento preciso.
Pero para capitalizar esta oportunidad se necesita más que suerte. Se requiere inversión real en logística, energía limpia y simplificación regulatoria. También, una estrategia de comunicación que venda al país no solo como una fábrica, sino como un hub de innovación y tecnología.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China no tiene fin a la vista. Y mientras las grandes potencias se enfrentan, México tiene la oportunidad de convertirse en el gran ganador indirecto. La pregunta es: ¿está listo para jugar ese papel?
Alfredo Vega es director del Comité de Proveeduría de Index Mexicali, propietario de la agencia de marketing Arsenal Estrategia Digital y vicecoordinador de Grupo Madrugadores.