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Generación Perdida

Por: Ellie Burgueño, Periodista y Escritora

No conocía a Charlie Kirk hasta el día de su asesinato. Quizá habíamos publicado algo sobre él en el pasado, pero nunca había llamado mi atención. Como periodista y escritora, no me considero de izquierda ni de derecha. Me esfuerzo por mantenerme objetiva e imparcial en mi escritura. Rara vez hablo de mi fe personal, porque no me considero religiosa en el sentido institucional, aunque sí llevo una fe fuerte que nunca me ha abandonado.

Ese día, estaba sentada en mi escritorio cuando llegaron las primeras alertas sobre el tiroteo. La noticia llegó rápido. Casi de manera instintiva, comencé a investigarlo, su trabajo, su mensaje y la influencia que tenía, especialmente entre los jóvenes. Lo que encontré resonó en mí de maneras que no esperaba. Su historia me obligó a mirar mis propias raíces.

Nací en una familia cristiana donde la fe no era solo creencia, sino un estilo de vida. Mi abuelo fue fundador de la Iglesia de Dios, y mis tíos continuaron el legado como pastores, uno de ellos ahora sirviendo como obispo nacional de la Iglesia de Dios en Estados Unidos. Mis padres vivían su fe en la canción, armonizando juntos en la iglesia mientras mi padre tocaba la guitarra, y yo me unía a él cantando desde los seis años; todas mis hermanas y mi madre solían cantar en la iglesia. Desde mis primeros recuerdos, fui testigo de lo que muchos llamarían milagros: momentos de sanación, transformación y providencia que moldearon mi comprensión de la presencia de Dios en la vida cotidiana.

Mi padre era un hombre de sabiduría, compasión, honestidad y generosidad. Trabajaba duro y nos dio una infancia llena de amor y experiencias memorables. Durante mi adolescencia, asistí a campamentos juveniles en todo Arizona, donde fui testigo de despertares espirituales entre mis compañeros. Tomé cursos de formación ministerial, y en la secundaria comencé a enseñar estudios bíblicos durante el almuerzo. A los dieciocho años, empecé a organizar conferencias juveniles, invitando a ponentes destacados para inspirar a la siguiente generación.

Pensé que ese sería mi llamado en la vida. Pero la vida tiene formas de redirigirnos. Los obstáculos llegaron de muchas formas: la educación, las responsabilidades, el trabajo, una pareja equivocada, los desafíos de la adultez y las exigencias constantes de la vida diaria. Estas fuerzas me llevaron por un camino diferente. Tal vez me alejé de mi consagración, pero la guía de Dios nunca vaciló. Eventualmente, me sentí atraída por el periodismo y la escritura. En retrospectiva, quizá ese siempre fue mi llamado: usar mi voz, mi pluma y mi plataforma para tocar vidas, inspirar pensamiento y crear un cambio significativo.

Por eso, al aprender más sobre la misión de Charlie Kirk, sentí surgir en mí una convicción inesperada. Su pasión por los jóvenes resonaba con la pasión que yo alguna vez tuve. Su sentido de propósito me recordó el llamado que nunca abandoné por completo. Me hizo darme cuenta de que quizá era tiempo de compartir más abiertamente lo que sé que es verdad, no desde la tradición, sino desde la experiencia vivida.

El asesinato de Kirk, como otros antes que él, nos obliga a confrontar la oscuridad de nuestro tiempo. América ha estado marcada durante mucho tiempo por la violencia política. Desde Abraham Lincoln hasta John F. Kennedy, de Martin Luther King Jr. a Robert Kennedy, la historia nos recuerda el alto costo de las palabras y convicciones. Más recientemente, hemos sido testigos del tiroteo a la congresista Gabrielle Giffords, del ataque a legisladores republicanos en un campo de béisbol y del brutal asalto a Paul Pelosi. Y ahora, en 2025, el asesinato de Charlie Kirk durante su “American Comeback Tour”. Tenía apenas 31 años.

Pero más allá de la tragedia de su muerte, lo que realmente destaca es el carácter excepcional de Charlie Kirk. Fue un líder visionario que llevó a Turning Point USA desde sus humildes comienzos hasta convertirse en la influyente organización que es hoy. Su talento para el liderazgo iba acompañado de una profunda compasión: era alguien en quien la gente podía confiar, un mentor y amigo, un buen esposo y padre, que inspiraba lealtad y confianza. Era valiente, defendiendo firmemente sus creencias, sin miedo a decir la verdad al poder, y sabio en su enfoque tanto de la estrategia como de las personas. Al mismo tiempo, se conducía con una presencia presidencial, ganándose el respeto no mediante la intimidación, sino a través de su integridad, intelecto y convicción. Encarnaba la rara combinación de coraje, sabiduría y corazón que define el verdadero liderazgo.

La tragedia, entonces, no está solo en el acto de violencia en sí, sino también en las reacciones que le siguieron. Demasiados celebraron su muerte en línea, burlándose y justificando el asesinato de un hombre cuya arma era su voz. ¿Qué dice eso de nosotros como sociedad cuando se aplaude un asesinato? ¿Cuando el desacuerdo se convierte en justificación para la muerte? Eso no es democracia. Eso es colapso moral.

La Biblia habla con claridad: sin amor, incluso el mayor conocimiento o fe carece de sentido. “El amor es paciente, es bondadoso. No tiene envidia, no presume, no se envanece… siempre protege, siempre confía, siempre espera, siempre persevera.” Estas palabras resuenan hoy más que nunca. Vivimos un momento en que las familias se rompen, la envidia y el odio dominan, y la deshonestidad corroe la confianza. La empatía escasea. La venganza se celebra. La verdadera crisis no es política, es espiritual y moral.

En el memorial de Kirk en Glendale, Arizona, miles se reunieron para honrarlo. No asistí en persona, pero vi todo el servicio en línea. El programa se llamó “Building a Legacy”. Políticos hablaron, muchos ofreciendo homenajes conmovedores. Pero las palabras más poderosas vinieron de su esposa, Erika, quien declaró públicamente: “Perdono a ese joven.”

Sus palabras hicieron eco de la voz de Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” En un mundo ahogado en ira, su mensaje de perdón se abrió paso con asombrosa claridad. No era debilidad, era fuerza. Perdonar no significa olvidar; significa negarse a permitir que el odio eche raíces en nuestros corazones.

Lo que más destaca de Charlie Kirk es que, a pesar de su juventud, había encontrado su propósito. Sabía por qué estaba aquí y perseguía esa misión con pasión. Creía que estaba bendecido y nunca dejó de declararlo, pública y privadamente. Quería llevar a otros hacia esa luz. Aquellos que lo silenciaron con balas no entendieron que también estaban provocando un movimiento. Su muerte ha obligado a muchos, incluyéndome a mí, a detenernos y reflexionar sobre lo que realmente importa.

El profeta Jeremías escribió: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál es el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma”. La muerte de Kirk nos ha dejado en tal encrucijada. Podemos continuar por el camino del odio, la división y la violencia, o podemos regresar a los antiguos caminos: verdad, fe, amor y perdón.

Hay muchas más cosas que nos unen que diferencias que nos dividen, pero nuestra ceguera nos impide verlas. Para abrir los ojos, debemos comenzar a mirar al otro con amor. Solo entonces podremos ser testigos de un renacer, traer cambio y ver surgir nuevamente la esperanza.

Charlie Kirk se ha ido, pero su visión permanece. Su vida fue corta, pero no desperdiciada. Y tal vez, solo tal vez, su muerte despierte a una generación perdida. Una generación que debe decidir: ¿continuaremos celebrando la destrucción o elegiremos caminar en el amor?

La elección es nuestra. Y el momento es ahora.

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