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CERVEZA HECHA POR MONGES

Por: Javier Sánchez “EL CERVECIAFILO”

En la edad media estuvimos a punto de quedarnos sin cerveza. Hasta la piel se pone chinita nomás de imaginarnos lo que sería el mundo sin este vital líquido que hace tan felices a millones y millones de seres humanos. Lo paradójico de esto es que quienes salvaron al planeta de tal hecatombe fueron los mismos que – siglos después- lo condenarían airadamente: los católicos. O sea que podemos afirmar que de alguna manera fue la intervención divina lo que nos salvó de semejante tragedia.

La edad media trastocó en muchos sentidos el orden social. Muchas de las costumbres y prácticas comerciales de la época fueron afectadas y entre ellas, evidentemente, estaba la agricultura y por ende la producción de granos y cerveza. Las abadías cristianas se convirtieron entonces en centros agrícolas “protegidas” y además concentraron muchos de los conocimientos científicos entre los que se encontraba la producción de cerveza.

Básicamente la producían por tres razones. La primera porque constituía un excelente alimento para los mismos monjes, sobre todo en las épocas cuaresmales de ayuno en las que no podían probar alimentos sólidos.

El consumo dentro de esos centros religiosos alcanzó volúmenes impresionantes, ya que a cada monje se le permitía que tomara hasta cinco litros de cerveza diarios. La segunda razón es que se usaba como alimento para los muchos peregrinos que – huyendo de las guerras y las persecuciones – frecuentemente tocaban a las puertas de las abadías. Y la tercera razón, y quizá la más importante, fue que resultó ser una excelente fuente de financiamiento para esas comunidades religiosas.

La venta en las cantinas de las abadías permitió a los monasterios acumular una gran cantidad de recursos económicos que fueron muy bien vistos y fomentados por las autoridades eclesiásticas. La censura cristiana al alto consumo de bebidas alcohólicas, sobre todo de los protestantes, es una postura relativamente reciente.

Actualmente todas las abadías que producen cerveza son católicas romanas y son únicamente once: Chimay, Orval, Rochefort, Westmalle, Sint Sixtus, Westvleteren, Scourmont-Lez, Achelse Kluis, Schaapskooi, Koningshoeven, Zundert, Tre Fontane, La Trappé y Achel. Todas pertenecen a la orden Trapense originalmente surgida en el monasterio Cisterciense de La Trappé, Francia cuyos monges huyeron a Bélgica y Holanda durante la revolución francesa.

El término trapense es legalmente una denominación de origen y no un estilo de cerveza

Todas las cervezas que estos monasterios producen tienen una serie de características comunes: son Ales de fermentación alta y están acondicionadas en botella. Su sabor es fuerte y con abundantes sedimentos de levadura, afrutados y aromáticos.

La mayoría son dulces, aunque hay algunas secas.  Estas cervezas no son tan fáciles de encontrar en restaurantes en México, aunque en Estados Unidos no está de más preguntarle al mesero si las tienen. Lo más fácil es ir a tiendas especializadas, donde frecuentemente encontrarás una o varias de estas cervezas trapenses.

Es común confundir las cervezas trapenses con las denominadas cervezas de abadía. Sin duda hay elementos que las relacionan, sin embargo, éstas merecen por sí mismas un artículo que en un futuro le dedicaré.

Recuerden: el mundo de la cerveza no termina en la tienda de la esquina. Busquen, experimenten y sorpréndanse.

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